Vanessa Dourado: “Hay que producir para atender las necesidades de las personas”
Desde la Plataforma América Latina Mejor Sin TLC entrevistamos a la escritora y feminista latinoamericana Vanessa Dourado. Miembro de ATTAC Argentina y PSOL Brasil, vive en Buenos Aires desde donde escribe semanalmente para la revista Virginia Bolten. Aquí reflexiona sobre el impacto de los TLCs sobre el medio ambiente en la región.
¿Qué impactos han dejado los TLCs en materia medio ambiente para América Latina?
Los tratados de libre comercio, por su carácter extractivista en la América Latina, han dejado un rastro de destrucción en términos de contaminación de suelos, agua y aire. Las evidencias se hacen ver en las áreas donde los megaproyectos fueron llevados a cabo como ríos contaminados, suelo infértil, enfermedades no transmisibles que afectan a las poblaciones humanas, más allá de su impacto en la fauna y flora.
Las alteraciones geográficas de estos lugares también es un aspecto importante. Para dar un ejemplo, los lugares donde los proyectos de megamineria, muy comunes en toda región latinoamericana, se desarrollan tienden a alterar el paisaje. Por ende, también cambian la forma de vivir de las comunidades que habitan en estos sitios. Más allá de la destrucción de las zonas intervenidas, a veces total e irreversible, la alteración geográfica es expulsiva. Esto es así porque no permite el desarrollo de otras actividades que antes dependían de las condiciones naturales del lugar para existir. Así, pueblos enteros se ven obligados a depender de los puestos de trabajo brindados por estas compañías o de migrar para otras regiones en búsqueda de garantizar su supervivencia.
También es posible notar una alteración en la relación con la naturaleza. Cada día más naturalizado, el sentido extractivista es internalizado y el vínculo con los bienes comunes pasa a ser de despojo. Las actividades que antes de desarrollaban de forma complementaria, respetando los ciclos de la naturaleza y trabajando de forma armónica con ella, pasan a ser de extracción de lo máximo de recursos posible con una lógica predatoria y de mercantilización de la naturaleza.
“El capitalismo en su fase neoliberal también es responsable por la desconexión entre el ser humano y la naturaleza”
Se insiste en llamar TLC a acuerdos que cada vez menos inciden en el comercio y más en cuestiones fronteras adentro de los países. ¿Qué riesgo traen consigo los acuerdos que se están negociando actualmente en la región para el medio ambiente?
Los tratados como el Mercosur-EU y el TPP profundizan la ya dramática situación socio-ambiental a nivel mundial. Es importante resaltar que lo que pasa en América Latina tiene impactos sobre el clima, más allá de los impactos locales.
Estamos en un momento histórico en el cual los discursos sobre protección del medio ambiente, calentamiento global y sustentabilidad pasan a ser tema central en la agenda de todos los gobiernos del mundo. En un contexto de crisis civilizatoria, aumentar la producción de commodities (sobre todo los monocultivos y la ganadería industrial), patentar organismos naturales (como las semillas), intensificar la extracción de petróleo y concentrar la toma de decisiones en manos de las grandes corporaciones (que transfieren todo el costo de las externalidades a los Estados), es acelerar el proceso de destrucción del medio ambiente y también su capacidad natural de regenerarse. De hecho, los eventos extremos han aumentado significativamente. Las sequías, las inundaciones, la desertificación, la acidificación oceánica, las ondas de calor y tantas otras consecuencias de la destrucción de la naturaleza son una realidad innegable y están directamente relacionadas a los Tratados de Libre Comercio, que lo que hacen es avanzar sobre los territorios con el único objetivo de garantizar la ganancia de los inversores.
En el ámbito político, la fragilidad de los mecanismos democráticos en la región parece actuar como una ventaja para las transnacionales que desarrollan sus proyectos en América Latina, los cuales están prohibidos en otras partes del mundo por sus conocidos daños al medio-ambiente. Y mientras crecen los negocios de las compañías a través de los tratados de libre comercio, con su característica asimetría entre las partes, la región latinoamericana sigue liderando el ranking de activistas asesinados por conflictos relacionados a la defensa del medio-ambiente.
¿Cómo deberían entenderse las iniciativas centradas en la sustentabilidad, que surgen de foros internacionales como la COP25?
Las COPs son importantes, sobre todo para hacer ver la gravedad de la situación en materia de cambio climático. Sin embargo, lo que se nota es la poca (o nula) consideración de las voces de miembros de la sociedad civil.
Entender la problemática socio-ambiental solo desde una perspectiva de adaptación y mitigación según los parámetros del sistema de protección de inversiones es negar que la raíz del problema sea el modelo de producción capitalista. La lógica de desarrollo que presupone un crecimiento infinito frente a recursos finitos y no renovables debería ser cuestionada. No hay planeta que pueda sostener esta lógica, hay límites bio-físicos que, concretamente, no pueden seguir siendo violados.
Pensar que es posible salirse de la actual situación a través de medidas que no tocan las matrices productivas y los negocios de las poderosas compañías transnacionales es aceptar que no hay otro camino sino el colapso. Porque las trasnacionales son las mayores responsables por lo que sucede en el escenario actual, gran parte de las empresas más rentables del mundo son petroleras, responsables por altas emisiones de CO2 en la atmosfera.
Si tuviéramos que definir una agenda para el medio ambiente pensada desde las mayorías populares ¿cuál sería?
Producir para atender a las necesidades de las personas y no para la acumulación de capital. Preguntarse quién, cómo, y para qué se produce es clave para cambiar el sistema. Cambiar la forma de consumo, producción y distribución es la única vía posible para lograr revertir los daños causados al Planeta desde la Revolución Industrial.
La producción agroecológica de base indígena y campesina en reemplazo al agro-negocio de producción intensiva e industrial es central para garantizar la soberanía alimentaria de los pueblos. Esto significa no solo abolir a los agroquímicos, los antibióticos y la mecanización del proceso productivo, sino también rescatar el respeto por los procesos biológicos de la tierra, aumentando la biodiversidad y permitiendo el uso de los saberes ancestrales de la agricultura y pecuaria como forma de producir alimentos sanos, seguros y soberanos.
La producción de energía de base fósil en un contexto de crisis climática tiene que ser abolida. Adoptar la microgeneración de energía solar y residencial para atender a las necesidades de los hogares es central. La generación de energía afuera de la lógica mercantil significa reducción del uso del agua y también de la emisión de CO2 proveniente de las termoeléctricas, que atienden a las necesidades de las industrias. Los parques eólicos no pueden tampoco ser considerados fuentes de energía segura desde una perspectiva socio-ambiental, se estos adoptan la misma lógica de producción en larga escala. Las usinas eólicas son responsables por el desmantelamiento de las zonas donde son implementadas, produciendo daños a sitios arqueológicos y causando un desequilibrio en los ecosistemas, lo que golpea las comunidades que habitan estas regiones. La producción de energía eólica debe darse de forma responsable, con estudios de impacto ambiental y permitiendo la coexistencia con las comunidades sin intervenir en su fuente de supervivencia.
Por supuesto replantear el sistema de transportes es fundamental. El uso de combustibles fósiles y de biocombustibles (falsamente planteados como alternativa sustentable) debe ser reducido. Para ello, se debe pensar en alternativas como las ferrovías y, sobre todo, en la destransnacionalización de la economía como forma de reducir los medios de trasporte de carga vía marítima, que son altamente contaminantes. En este sentido, es necesario repensar la economía, fortalecer la producción y el consumo locales con el objetivo de reducir la necesidad de trasladar productos desde centenas que kilómetros de su lugar de origen hacia el consumidor final. Romper con el monopolio de las grandes redes de distribución de mercancías es una necesidad.
Estas son propuestas concretas, viables y que necesitan voluntad política. Esta voluntad se hace notar en los miles de movimientos territoriales que resisten cotidianamente en defensa de los bienes comunes. Sin embargo, descolonizar los sentidos también es una tarea urgente. El capitalismo en su fase neoliberal también es responsable por la desconexión entre el ser humano y la naturaleza. Solo será posible cambiarlo todo, si cada uno comprender que es parte de la naturaleza y que ésta no es una mercancía.